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jueves, 21 de octubre de 2010

EL PARAISO CHILENO

Por Emiliano Lapolla, julio de 2008


Chile es país perfecto. Tiene un nivel de vida similar al de los países desarrollados. Uno puede tener su coche japonés, su casa con vista al mar, su educación privada brindada por profesores educados en Oxford y una medicina de última generación.

Chile es un lugar exclusivo. Donde las compañías extranjeras pueden desarrollar sus negocios con éxito asegurado. Aquí la seguridad económica y la previsibilidad financiera lo distinguen del resto de los países de la región. Las empresas tienen reglas de juego claras para realizar sus proyectos. Además, capacitan a sus empleados en cursos dictados por los CEOS de las compañías más importantes del mundo.

Chile es un país para algunos. Para los que participan y obtienen beneficios del Chile modelo. Un país ejemplo para Latinoamérica, donde el crecimiento productivo es sostenido y la economía sólida. Ese es el Chile que se publicita en los medios de comunicación, el Chile del que se habla cuando se habla del país.

Chile es chiquito. Mucho más chiquito que su territorio nacional, mucho más pequeño que toda su población. Chile es una minoría. Es un país de pocos.

Así lo evidencian los barrios altos de Santiago, la zona norte de la ciudad y sus referentes directos en el interior. Es un país en el que los que pueden acceder a él, forman parte de una realidad primer mundista, europea, norteamericana.

Pero están los que viven al margen. Los que se quedan afuera del Chile productivo, sólido y ejemplar. Esos son los que viven en las afueras. En los extremos de Santiago, por ejemplo. Los que habitan en las denominadas poblaciones. Nunca mejor utilizado el nombre, ellos son poblaciones, hacen número, engrosan el caudal poblacional, solo para eso están.

Cientos de miles de personas viven aisladas, alojadas en complejos habitacionales destruidos, llamadas viviendas sociales. Viven hacinados, más de 9 personas en dos habitaciones, niños, bebés. Ignorantes de otras realidades, sin posibilidades de salir, sin educación. Porque es cara, inaccesible.

Las poblaciones son guetos

En el caso de la población "El Volcán", ubicada al sur de Santiago, en la comuna de Puente Alto, la realidad que contemplé me develó otro Chile. Los pobladores que habitan allí, viven en un espacio geográfico del que no se puede salir. Las personas alejadas de los centros urbanos, carentes de una posibilidad material de conectarse con el centro.

El transporte público es ineficiente y muy caro para algunos. A veces, los habitantes de las poblaciones -los pobladores- deben viajar hasta casi 2 horas para llegar a un lugar céntrico. Amontonados en autobuses y en trenes para poder acceder a un trabajo o a tratar de conseguir uno.

Salir a veces se hace imposible, por eso a algunos no les queda otra que quedarse en su población. Intentarlo de noche puede ser fatal. Las balas tienen libre circulación por las calles y los robos por monedas son corrientes.

Cuando los pobladores no tienen más opción que quedarse en el barrio, lo que ofrece el gueto-población se pone de manifiesto. Miles de personas desocupadas que no tienen lo que hacer. Los niños van a la escuela hasta que, si tienen suerte, pueden terminan su educación básica. Sino, deambulan por el barrio sin ningún tipo de cuidado, nadie se hace cargo de ellos, huérfanos de educación formal, bastardos de posibilidades.

Los adolescentes no tienen tanta suerte. Si son mujeres, lo más seguro es que un embarazo precoz las tranforme en madres antes de tiempo. Los 14 años es una edad ideal para quedar preñada en una población.
Conocí una chica de esa edad en una población de Puente Alto. Estaba embarazada de 8 meses. Me contó que jamás se le pasó por la cabeza abortar, a pesar de su corta edad. Dijo que "no quería matar a la guagua". Una idea católica que la condena a la pobreza eterna y a la polimaternidad. Ella tambien me contó que su máximo deseo era conocer Santiago, la Alameda e ir al cine. Pero que su mayor temor era que sus hermanos mueran en el barrio, en manos de una pandilla contraria.

De sus 7 hermanos, 2 ya estaban presos. Claro todos ellos son adictos a la pasta base. Esa droga de exterminio sistemático de la pobreza.

La base

La pasta base es casi el único camino de la mayoría de los hombres y muchas mujeres adolescentes que trascurren su vida en la población. Barata, al ser fabricada con los residuos de la producción de cocaína, esta droga es muy fuerte y genera adictos muy rápidamente que están dispuestos a cualquier cosa para conseguirla.

Las chiquillas se prostituyen por monedas, por 500, 2000 pesos para comprar pasta base. Una chica de 20 años me contó que fumaba pasta base para evadir su realidad de madre soltera de 4 hijos y para no pensar en lo terrible de su trabajo. Pero se prostituye para fumar pasta base que la hace olvidarse de todo, pero para eso tiene que hacer mamadas en los autos que pasan y eso la entristece. Un círculo virtuoso de pobreza y adicción.

También hablé con varios de los chicos que fuman pasta base y me convencí de que hacen lo correcto. Fuman pasta base para olvidarse lo mal que la pasan. Por unos minutos pierden la conciencia de lo que viven cotidianamente a pesar de que saben que se están matando. O mueren por la pasta o a manos de una bala sin rumbo, o a manos de los carabineros o en la cárcel. Prefieren elegir su muerte, entregarse a la adicción. No pueden salir de la "pobla", tampoco pueden salir de la droga.

Con la droga, con la pasta, entran las armas. La facilidad concreta de encontrarse con un arma en una población es casi del 100%. Cualquiera puede conseguir una y casi todas las viviendas la alojan con recelo. Es la única opción concreta a la hora de defenderse de un ataque sorpresivo, de un intento de robo o de una posible toma de la propia casa. Las balas vuelan en la población y se vuelven locas. Matan niños y mujeres las balas locas. Proyectiles que son disparados desde cualquier lado en cualquier momento por cualquier motivo. Principalmente por peleas entre bandas de narcotraficantes. De pasta base, por supuesto.

Las bandas luchan por controlar el territorio y el mercado cautivo que significa la juventud de las poblaciones. Todos necesitan las armas, casi todos la compran. La droga y las armas son un cóctel mortal para los que viven en la población. Hay muertos todas las semanas por ajustes de cuentas y por intentos de robos para conseguir dinero para la pasta.

Con una muerte en "la pobla" el sistema elimina dos personas. El muerto, por supuesto, y el asesino que termina preso, para siempre.

Un sistema que funciona perfecto


Es entonces cuando aparece la figura de "sistema", como un concepto informático, ajeno a la vida social cotidiana de los individuos. Puede ser el Sistema, el Estado, el Modelo económico. Pero lo cierto es que aunque cualquiera de estos concepto se elija, todos son responsables empíricos de esta situación.

Está todo tan bien pensado que el individuo pobre que vive en una población no cuenta siquiera con la posibilidad de salir de ella ni siquiera para robar. Están aislados geográfica y socialmente de tal manera que no pueden siquiera acceder a robarle a los que más tienen. No van a robar a los barrios altos porque están lejos, porque no los conocen. Por eso se roban ellos, entre pobres, porque están aislados. El robo entre barrios pobres y ricos es muy antiguo. Es una forma de apropiación de la riqueza, de carácter histórico. Pero lo que pasa en El Volcán es distinto: los pobres se roban y se matan entre ellos.

Una suerte de ingeniería social. Una rama que la sociología funcionalista norteamericana estudia y pone en práctica este tipo de situaciones. Se piensa a la sociedad de manera objetiva, se plantean metas empíricas en determinado grupo social. Se pone en práctica con un método científico similar al de las ciencias duras (la biología, la física). La ingeniería social funciona. Funciona regularmente en la sociedad norteamericana cuando es necesario el voto de los ciudadanos para avalar una invasión militar o cuando es mejor que los habitantes estén más preocupados por matarse entre ellos que por intentar conocer lo que pasa afuera, salir del gueto.

En Chile está todo tan bien pensado (la distancia entre las poblaciones y los centros urbanos o los barrios ricos, la imposibilidad concreta de trasladarse en el espacio, el cerco conformado por las fuerzas de seguridad en los denominados retenes, la maternidad precoz sin control en el marco de ideas religiosas sumamente internalizadas, la posibilidad de acceso descontrolado a drogas pesadas de rápida adicción y la incorporación masiva de armamento.

Todo esto genera una guerra infinita entre pobres, con soldados que nacen constantemente porque no hay anticoncepción y con rencillas hereditarias de venganza eterna de los muertos y asesinados dentro de los mismos barrios.

Todo esto no sería posible sin una decisión concreta de imposibilitar el acceso a la educación formal. Y el responsable aquí es el Estado, el Sistema o como quiera llamarse. Nunca un niño nacido en el Volcán podrá terminar la Universidad. Eso me lo dijo el director de uno de los colegios de educación básica del barrio. Del total de los alumnos que concurren a esa escuela, según sus datos, solo la mitad comienza la educación media. Pero solo el 50% de éstos puede terminarla. Claro, ninguno de esos niños podrá graduarse en alguna Universidad.

El modelo económico chileno es una máquina perfecta de generación de pobreza en guetos. En lugares alejados, donde nadie los ve. Ninguno de los considerados ciudadanos. Esos que forman parte del Chile chiquito. Entonces es cuando el modelo es ideal si se quiere crear un país para pocos.
 
Los guetos que rodean Santiago no son una bomba de tiempo, estallaron hace rato. Implotaron, hacia adentro, hacia la gente que vive en las poblaciones. Ellos seguirán matándose entre sí como hasta ahora. Pariendo cientos de niños que van a vivir lo mismo, sin conocer lo que pasa afuera. Sin que nadie sepa lo que pasa adentro. ¿No sería más fácil matarlos de una sola vez, con una verdadera bomba? ¿Evitar este genocidio silencioso? Claro, es una mala idea porque la bomba haría ruido y perturbaría la paz de los barrios altos.

Emiliano Lapolla

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